Tradicionalmente se ha dicho que la formación superior se centra en general en tres grandes ejes: la docencia, la investigación y la difusión cultural; sin embargo las tendencias globales actuales nos permiten vislumbrar que la educación superior afronta el reto de formar de manera integral a la persona que, en no pocas instituciones se ha reducido a un número de matrícula. La educación superior independientemente de la ciencia o técnica en la que instruya y habilite profesionalmente al sujeto, debe de estimular el desarrollo integral del mismo. Lo anterior debe observarse no solo en vistas al beneficio particular que le brindará a la persona en cuestión, sino en el beneficio real que de esto tendrá el país; necesitamos profesionales y humanos de primera calidad que en la madurez de su conciencia y de su hacer, impulsen al país hacia su desenvolvimiento integral, equilibrado y con sentido humano. El docente del nivel superior tendrá que ayudar la formación de los hábitos y actitudes que configuren un tipo humano capaz de convertirse en agente consciente del desarrollo (creatividad, capacidad de autoaprendizaje, sentido crítico, disciplina y organización en el trabajo, sentido de responsabilidad personal y social).