La experiencialidad es uno de los conceptos centrales subyacente en los textos que se proponen definir al arte contemporáneo. En lugar de arribar a tal objetivo, estas discusiones implantan nuevos interrogantes sobre los modos de producción y contacto de las obras con el público, pero, además, reconfiguran las miradas en torno a los espacios expositivos.De este modo, ese lugar privilegiado de la experiencialidad también se despliega en nuevas lógicas expositivas y comunicacionales que se replican y expanden en los museos de arte moderno más importantes de occidente, y los vinculan a las industrias culturales, al branding y al marketing cultural. Así, en el siglo XXI, la visita al museo parece no implicar únicamente entrar en contacto con obras artísticas, sino el vivenciar una experiencia multidisciplinaria heredada del propio arte contemporáneo. Este escenario pone de relieve tanto la metacrítica de la obra de arte a su estatuto de obra de arte, como de los museos a su estatuto de institución (creadora de valor, conocimiento y canon), como la conciencia del lugar que ambos ocupan en el sistema económico, político y turístico global. Esto se vislumbra cierta conexión-homogeneización en el funcionamiento general de las instituciones, ya sean museos de bellas artes o de arte moderno. Los gestos más evidentes: similares lógicas expositivas, programaciones, propuestas de actividades, estrategias de comunicación y posicionamiento, modificaciones espaciales, nociones sobre la figura del artista, del visitante, de la historia del arte y del propio museo. Es en estos gestos donde se focaliza esta investigación cuyo objetivo es poner evidencia las tensiones e hibridaciones existentes en el seno del sistema museístico tradicional para exponer el nacimiento de una nueva categoría: los museos de arte moderno-contemporáneos. Las conclusiones que se expondrán se basan en el análisis de los casos: Tate Modern, Malba, Moma, Centre Pompidou.