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Se llama Once y todavía es una niña. A pesar de su corta edad, esta misteriosa joven con incalculables poderes psicoquinéticos se sitúa en el epicentro de la nueva serie de ciencia ficción llamada “Strangers Things” (2016). Valiente pero temerosa, callada pero contundente, Once no es interesante únicamente por controlar a uno de los monstruos más terroríficos de la serie, el Demogorgon, sino también porque funciona como figura representativa de dos visiones artísticas anacrónicas, la que caracteriza al checo František Kupka (1871-1957) y a la alemana Cornelia Konrads (1957- ). En principio, esta selección de artistas puede parecer un tanto extraña pero pronto reparamos en que existe una continuidad dialéctica. Esencialmente pretenden apartarse de una globalidad con la que no se sienten del todo en concordancia, reformulando los códigos establecidos para elaborar otros nuevos. Parten de lo local o específico, y desarrollan sus imaginarios como forma de evadir la realidad, distorsionando aquellas proposiciones que no se dirijan hacia una visión más trascendente. La simple coincidencia de que uno nazca en el año que muere el otro parece aportar cierta linealidad en el asunto. Sin embargo, no es hasta el final de la primera temporada cuando se intuyen numerosas pistas que vinculan a estos tres personajes a través de sus conflictos, diagnósticos y proposiciones. La alteración del orden establecido, la rara percepción de lo espacio-temporal, la transmutación hacia estados distintos de la materia, ciertas cualidades de lo hipersensorial, o por qué no decirlo, algunas habilidades “paranormales” son algunos de los recursos que, tanto Kupka como Conrad, persiguen en sus búsquedas de una realidad disidente, quizás utópica, de la naturaleza humana. Once también está preparada para ello.