A través del tiempo, distintas culturas prehispánicas han expresado sus sentimientos, creencias y costumbres por medio del arte. Por ende, durante los primeros años de colonización española, la eficaz manera de persuadir y librar al pueblo de cultos satánicos era a través de la manipulación iconográfica indígena y su representación cristiana, creando un arte mestizo, plasmada en la escultura, pintura y arquitectura.Las artes visuales se convirtieron entonces en el único medio de comunicación entre españoles e indígenas. Sin embargo, frente a las distintas rebeliones sociales y étnicas que se estaban gestando en los territorios más alejados de la capital, como consecuencia de las Reformas Borbónicas; la continuidad del orden socio-económico del reino se vio perjudicada, iniciándose una lucha por el poder político, enmarcado en componentes filosóficos y religiosos. De esta manera, se necesitó, consolidar el poder de la corte y del clero, y sosegar, de cierto modo, las rebeliones populares como la de Santos Atahualpa o Túpac Amaru II.Por tanto, se libró una  guerra iconográfica, en la cual, por un lado, teníamos las pinturas que legitimaban el poder del Rey en América, dando una visión de hombre comprometido con el pueblo; y por el otro, retratos de los descendientes del Sapa Inca, inmortalizados en trajes de oro y cortinajes barrocos reafirmando su presencia ante el gobierno español; mientras que otro grupo, de menor cuantía utilizaba la figura de ángeles arcabuceros para disimular su sublevación a la Corona.Si bien, la representación iconográfica y su incidencia en diversos procesos históricos fue usada con fines políticos para controlar y persuadir a las masas indígenas, todo hacía pensar que la lucha por el poder simbólico estaba expresando las fisuras de una sociedad dividida y frágil, en vísperas de un gran estallido revolucionario, donde la estabilidad económica estaba al límite.