Son numerosos los aspectos en los que se puede innovar dentro del ámbito educativo. Se puede innovar, por ejemplo, en los contenidos, en los materiales, en las metodologías, en los procedimientos, en los protocolos o en las normativas, etcétera. Cada innovación en cada uno de estos aspectos se orientará hacia la satisfacción de un objetivo, o conjunto de objetivos particulares, asumiendo que la satisfacción de tales objetivos implicará una mejora notable de la práctica educativa. Uno de los problemas más graves y persistentes a los que se enfrenta esta práctica es el de el logro de una educación plenamente inclusiva para todo el alumnado, incluyendo, por supuesto, al alumnado con necesidades educativas especiales, al que denominaremos alumnado con diversidad funcional. En numerosos países se ha logrado un grado muy alto de integración de este alumnado en los centros educativos ordinarios, que alcanza, en ocasiones, porcentajes superiores al 80%. Sin embargo, la integración del alumnado con diversidad funcional en las aulas ordinarias no es necesariamente sinónimo de educación inclusiva, pues sí faltan los apoyos y los ajustes razonables necesarios no estaremos transitando hacia ese anhelado horizonte de la inclusión, sino permaneciendo, como sucede desde hace muchos años, en el terreno de la mera integración educativa. A lo largo de esta comunicación prestaremos atención a los ajustes razonables que, considerados como micro-innovaciones educativas, deben plantearse en los distintos aspectos ya mencionados del ámbito educativo. En ellos, estas micro-innovaciones se orientarán, por su propia naturaleza, hacia el favorecimiento de mayores niveles de inclusión en las aulas. Por lo tanto, consideradas en conjunto, tales micro-innovaciones constituirán una práctica de innovación educativa orientada a cumplir el objetivo del derecho de todo el alumnado a una educación inclusiva.