Según un reciente estudio realizado por la consultora inglesa We Are Social, especializada en el análisis de datos digitales, Uruguay es el país de Latinoamérica que presenta el mayor uso de Redes Sociales, con una penetración del 72%, situándolo por encima de países como Argentina, Brasil, Chile y México. Hasta hace muy poco veíamos la Red como un espacio al que había que migrar, para subir o bajar sus contenidos. Pero esta realidad ha cambiado, el mundo digital, ya no está confinado en la pantalla, sino que se ha derramado y habita entre nosotros y en nosotros. Los individuos traspasados por la Red llegaron a nuestras aulas, son los llamados “estudiantes protéticos” (De las Heras, 2015).  Traen la tecnología -con la que hasta ahora queríamos transformar el aula- incorporada como prótesis. La desinhibición propia de la interactividad digital, la necesidad de responder “ya” genera también más agresividad, menos filtro, más amor y más flirteo, por tanto, mayores posibilidades de publicar dichos, opiniones o fotografías que no siempre operan a favor de la imagen de los estudiantes (Balaguer, 2014). En este contexto, el docente pasa de ser un transmisor de contenidos a un entrenador de habilidades y actitudes, el llamado “docente coach” (González, 2015). Lo más relevante del rol del profesor como coach es que no está obsesionado por los contenidos, sino que orienta casi por completo la atención hacia el desarrollo de habilidades y actitudes por parte del alumno. Ante la vulnerabilidad que vivimos en estos tiempos de la cuarta revolución industrial, el gran desafío será poner todos los recursos posibles para acompañar y orientar a los estudiantes en la construcción de una ciudadanía digital responsable, la que se constituye en un verdadero deber del docente, y correlativamente, en un derecho del alumno.