En el Perú, especialmente en los últimos años, ser mujer parece constituir un profundo problema, no solo respecto a estudiar, trabajar o construir un futuro, ahora es, para muchas, un problema complejo, sobrevivir. Refrendan lo afirmado las estadísticas. En el 2017 hubo 121 casos de feminicidio y 247 tentativas. Hasta abril 2018, el Ministerio de la mujer reporta 103 casos de feminicidio. Los medios presentan todos los días casos terribles como el de Evy Agreda (22) que fue rociada de combustible y quemada en un bus lleno de pasajeros; la “razón” fue que no quiso aceptar una relación amorosa con su victimario. Entonces, la primera pregunta que viene a la mente es ¿Qué repercusión tienen en la sociedad dichos informes? Existe una teoría en la que se conectan estas dos variables: violencia y efecto mimético frente a lo observado. Aprendemos por observación. ¿Qué sucede entonces si existe una sociedad con la creencia que el nacer varón es mejor que nacer mujer? Si está constituida por muchos hogares destruidos, donde los niños crecen sin límites de convivencia, ¿o presenciando escenas cotidianas de violencia contra la mujer? ¿Es probable que se tienda a naturalizar tales hechos, experimentados en el hogar y observados cotidianamente a través de los medios? Hay algo que no estamos haciendo bien y es la educación. Se reproducen en el aula conductas de aceptación del estatus quo; no se trabaja por desarrollar la criticidad, ni por dar a conocer a los niños mejores formas de vivir su masculinidad y feminidad. El presente trabajo académico profundiza en el análisis de una propuesta educativa de desarrollo de la criticidad como herramienta para prevenir la violencia de género, a fin de enfrentar el pseudo análisis del problema que realizan los medios.