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¿Qué hacemos cuando
evaluamos?
Alicia Camilloni expresa
que “la evaluación es parte integrante
del proceso de interacción que se desarrolla entre profesor y alumno. No es una
función didáctica más, yuxtapuesta a las funciones correlativas de enseñanza y
aprendizaje, sino que, por el contrario, se estructura con ellas a la manera de
un mecanismo interno de control. Desde el punto de vista del alumno, la
evaluación se fusiona con el aprendizaje, al tiempo que lo convalida o lo
reorienta.” (Camilloni, p.1)
Según la cita anterior la
evaluación no deja de ser un mecanismo de control. Ahora bien ¿Qué controla?
¿Controla que los alumnos hayan aprendido lo que les enseñamos? Y si no
aprueban, ¿Hemos enseñado mal? ¿O ellos no han aprendido? Como mecanismo de
control, considero que intenta homogeneizar la enseñanza, el punto de llegada:
que todos los alumnos se apropien de los mismos conocimientos. Pero no todos lo
hacen de la misma manera o con las mismas herramientas. ¿Qué sucede con este
mecanismo de control cuando un alumno no aprueba? ¿Hacemos, como sugiere
Camilloni, una reorientación del aprendizaje? Es decir, ¿Qué implica reorientar
el aprendizaje? Podríamos pensar que en la instancia de evaluación, la
reorientación del aprendizaje podría estar dada en la devolución de la
situación evaluativa. Cuando un alumno no aprueba, la devolución debería estar
dirigida a esta reorientación del aprendizaje, brindar sugerencias para lograr
lo que aún no se logró, acompañar como docentes en este proceso. ¿Qué sucede
realmente en las aulas? Hemos observado en nuestras propias experiencias como
alumnos que algunas instancias evaluativas no reorientan el aprendizaje, si no
que se constituyen como un acto puramente “calificativo”. Y designo con este
término a la acción del docente de corregir lo que el alumno/a ha escrito o
dicho si el examen fuera oral y calificarlo, asignarle una nota numérica que
determina el proceso pero sin brindar una retroalimentación adecuada que
permita que esa instancia se considere un aprendizaje. Si pensamos en la concepción
de aprendizaje constructivista, nos propone una reflexión. Cuando evaluamos a
nuestros alumnos a través de un examen oral o escrito y solo brindamos como
respuesta una nota/calificación numérica: ¿qué aprende el alumno? La nota
numérica per se no le permite seguir aprendiendo, aún cuando haya aprobado. Es
más, en ocasiones el alumno/a que desaprueba esta instancia, al no recibir una
devolución acerca de qué se esperaba de él en ese examen, no puede darse cuenta
por sí solo a veces cómo volver a intentarlo. Porque dio lo mejor de sí y no
alcanzó, no fue suficiente. Entonces en estos casos creo necesario repensar
nuestro rol reflexionando sobre nosotros mismos. Theodor Adorno “exige la reflexión del pensamiento sobre sí
mismo, esto implica palpablemente que, para ser verdadero, tiene, por lo menos
hoy, que pensar contra sí mismo” (Adorno, 1966, p.365). Este pensar contra
sí mismo en el tema que nos convoca, implica a mi modo de pensar, poder
hacernos responsables del no aprendizaje de nuestros alumnos. Implica dar cuenta
que algunas prácticas llevadas a cabo en las instancias de evaluación no son prácticas
educativas. Nuestro rol como docentes es el de enseñar, guiar, acompañar,
sostener el proceso. No el de estigmatizar, frustrar, señalar errores sin ánimo
de contribuir al crecimiento. La educación debería privilegiar por sobre todas
las cosas el aprendizaje en un contexto cálido, de escucha y acompañamiento.
Dice Cullen que “Sólo desde
el cuidado del otro en cuanto otro podemos entender el sentido más genuino de
la justicia, el amor, la amistad, el respeto, y desde esta base construir (…)
la educación” (Cullen, p.4) Siguiendo a este autor, podemos afirmar que en las
prácticas evaluativas deberían encontrarse estas características, pero sobre
todo: el cuidado del otro en cuanto otro. Es otro diferente a mí, pero con
derechos, al igual que yo. Y ese derecho a la educación no debe hacernos
olvidar el derecho a ser respetado en su esencia y existencia. La educación se
construye entre todos, entre ambos, y pareciera que concluye en las instancias
de evaluación. Donde ahí podemos concluir si se aprendió o no. ¿Pero nos
preguntamos si se enseñó o no?
Paulo Freire nos enseñó que
“educadores y educandos (…) se encuentran
en una tarea en que ambos son sujetos en el acto, no solo de descubrirla y así
conocerla críticamente, sino también en el acto de recrear este conocimiento”
(Freire, 1970, p. 49). Ambos somos sujetos, con aciertos y errores, con
posibilidades de aprender. Freire expresó la educación dialógica donde en el
acto de educar ambos aprenden. ¿Qué aprendemos los docentes en las instancias
de evaluación de nuestros alumnos? Las instancias evaluativas son instancias
que permiten o debieran permitir repensar el curso de las estrategias de
enseñanza cuando se observa la no efectividad de éstas, debe permitir la toma
de decisiones para mejorar el proceso educativo. Sin embargo, ¿esto se realiza?
¿QUÉ
SUCEDE HOY?
Dice Zygmun Bauman que “hoy está en tela de juicio lo invariable de
la idea, las características constitutivas de la educación que hasta ahora
habían soportado todos los retos del pasado y habían emergido ilesas de todas
las crisis” (Bauman, 2007 p.27) ¿Qué sería lo invariable de la idea en el
postulado que venimos pensando en este trabajo? El rol docente en las
instancias de evaluación. El rol docente como autoridad legítima para evaluar
soportó ileso todas las crisis. Pero hoy en día, debido a la pérdida de
autoridad docente debido al aumento en el flujo de la información al alcance de
todos, y debido en ocasiones a la pobre formación docente, hace necesario
repensar quién nos evalúa en nuestras prácticas evaluativas. Quién supervisa
que en estas instancias sigamos enseñando, o dicho de otro modo, quién permite
que las situaciones de destrato o humillaciones sigan ocurriendo en las
instancias de evaluación y haya alumnos que sufran ataques de pánico por el
miedo a rendir un examen o qué hacemos como docentes para contribuir o no a que
esto suceda.
Paulo Freire explica que “la palabra, por ser lugar de encuentro y de
reconocimiento de las conciencias, también lo es de reencuentro y de reconocimiento
de sí mismo” (Freire, 1970 p. 14 y 15) En este punto, ¿nos reconocemos como
docentes al no contribuir al aprendizaje de nuestros alumnos en las instancias
evaluativas? ¿Esto es lo que esperábamos que hicieran con nosotros cuando
éramos alumnos? Porque la docencia es una actividad que conocemos primero como
alumnos y luego como docentes. Podemos y debemos desarrollar la empatía en el
proceso de enseñanza y aprendizaje. Freire dice que hay que reconocer las
conciencias y reencontrarnos con el otro a través del diálogo, del intercambio,
del respeto. Habla de educación dialógica. Ya no más uno que enseña y otro que
aprende. Aprendemos juntos en el proceso: muchas veces son nuestros alumnos
quienes nos enseñan a utilizar por ejemplo, los recursos tecnológicos. Y eso no
nos hace perder autoridad frente a ellos. La autoridad la perdemos al ser
irrespetuosos, al humillarlos, al no reconocerlos como otros con derechos, con
conciencia, con sentimientos, con saberes previos que también son legítimos.
Para poder reconocer al
otro, vamos a citar a Jorge Larrosa, quien nos expresa “la experiencia es eso que me pasa. No eso que pasa, sino eso que me
pasa” (Larrosa, 2009, p.14) La experiencia evaluativa no es la misma para
todos: la situación es la misma para todos, pero no vivida de la misma manera.
No podemos pretender que como fue exitosa para algunos, lo sea para todos. Mientras
existan alumnos que sientan que las instancias de evaluación no son instancias
de aprendizaje, debemos seguir repensando y trabajando en nuestras propias prácticas
para continuar mejorándolas, sosteniendo nuestra autoridad pedagógica y
mejorando los vínculos que permitan hacer de estas instancias, reales
situaciones de aprendizaje.
¿Debemos generar estrategias individualizadas? En ocasiones esto se dificulta debido a la gran cantidad de alumnos que se evalúa. Entonces, ¿cómo lograr que sea, para todos, una experiencia de aprendizaje? Para concluir una situación de evaluación, debemos tomar decisiones, en ocasiones de manera conjunta: aprobar o desaprobar. Pero lo importante radica en la forma en que esto sucede. El alumno debería poder comprender por qué desaprobó o aprobó. La devolución, la retroalimentación es la instancia decisiva desde mi punto de vista para que se constituya el real intercambio, el real aprendizaje. Que el alumno pueda darse cuenta qué se esperaba de él en cada respuesta. Si la devolución se realiza de manera grupal a todos quienes deseen escucharla, sería una buena estrategia para poder aplicarse luego de devolver los exámenes escritos o de realizar un examen oral. Que se destine un tiempo real a esta instancia de intercambio donde los alumnos, a pesar de haber desaprobado, puedan continuar aprendiendo y tener herramientas disponibles para la próxima oportunidad de examen. Si esto no sucede, el alumno llega y se va de la situación evaluativa de la misma manera, completó un examen, desaprobó y no recibió ninguna explicación. No aprendió nada más de lo que ya sabía. Que quizás, ha sido insuficiente.
BIBLIOGRAFÍA
Ø ADORNO, T. (2005) Dialéctica
negativa. La jerga de la autenticidad, España, Ediciones Akal.
Ø BAUMAN, Z, (2007) Los retos de
la educación en la modernidad líquida, Barcelona, Editorial Gedisa SA
Ø CAMILLONI, A. de. Las funciones
de la evaluación. PFDC - Curso en Docencia Universitaria. Módulo 4: Programas
de Enseñanza y Evaluación de aprendizajes
Ø CULLEN, C. El cuidado del otro.
Ø FREIRE, P. (1970) Pedagogía del
oprimido, México, Siglo XXI Editores
Ø LARROSA, J. (2009) Experiencia
y alteridad en Educación, Santa Fe, Talleres Gráficos Fervil.
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