El ataque a las torres gemelas en 2001, la recesión económica de 2008, la seguridad fronteriza y las rigurosas políticas migratorias en Estados Unidos, explican de alguna manera los cambios en el patrón migratorio de mexicanos observado en la última década: desaceleración del flujo de emigrantes; un estancamiento del stock de inmigrantes; descenso de la población irregular asentada en ese país; aumento del desempleo; altibajos en el envío de remesas familiares; y un aumento en la intensidad del retorno de connacionales a México (García, 2017:16). En cuanto al retorno, los migrantes mexicanos que son deportados tras una larga estadía en Estados Unidos enfrentan dificultades en su reinserción laboral, ya que el desempleo, la precarización laboral, la desintegración familiar y la falta de comunicación con sus redes sociales transnacionales –familiares y amigos principalmente–, son pautas negativas que desaceleran el proceso de reinserción en su lugar de origen. Además el proceso de deportación, por ser una movilización forzosa y abrupta no le permitió organizar ni planear su regreso, ya que generalmente es repatriado solo un integrante de la familia y no regresan con capital económico que le permita solventar gastos necesarios en su regreso. El fenómeno migratorio en todas sus fases, puede ser territorialmente observado con más frecuencia en algunos estados donde dichos flujos son abundantes. La región mexicana que destaca por un alto índice de migración es la centro-occidente, en el que se encuentran estados como Michoacán, Zacatecas, Guanajuato y Jalisco, donde en este último, uno de los municipios con mayor flujo migratorio es Ameca.