Algunos críticos han señalado que Un andar solitario entre la gente (Seix Barral 2018) es un libro atípico en la bibliografía de Antonio Muñoz Molina y que, al no tener un hilo argumentativo ni personajes de ficción, no debería considerarse una novela sino un cuaderno de viaje, un diario o, incluso, como queda sugerido en la misma obra, como un collage. Tal reparo surge porque, pese a no tener trama ni personajes de ficción, Un andar solitario entre la gente ha sido presentado como una novela tanto por el propio Muñoz Molina como por la casa editorial. Cualquiera que haya seguido con atención a este autor, sin embargo, advertirá que, lejos de ser una excepción en su obra, este libro puede considerarse como la desembocadura natural de una exploración estética iniciada en El Robinson urbano (1984) y luego proseguida en Sefarad (2001), Ventanas de Manhattan (2004) y El faro del fin del Hudson (2015). Al construirse una identidad sobre las bases de la mirada y la deambulación por las calles de la ciudad, Muñoz Molina se incorporó desde su primer libro en la tradición de Thomas de Quincey, Poe, Baudelaire, Benjamin, Pessoa y Joyce. Al mismo tiempo, el escritor español se apropia de dicha tradición sin renunciar del todo a la ficción, de manera que, incluso al cultivar formas textuales presumiblemente no ficcionales, siempre es posible distinguir en ellas el esbozo de algún relato. Mi comunicación mostrará que esta obra debe leerse como un intento de renovación de la novela mediante la integración de géneros aparentemente ajenos a ella: el artículo literario, el ensayo, el poema en prosa, la biografía y el retrato literario, sí, pero también las notas periodísticas y los reclamos publicitarios.