El sentido de la imagen, es algo más que la codificación lineal de las partes que la constituyen y que incluye el resultado de la organización compositiva de los elementos formales. La pintura por lo tanto, y eso es algo de sobra conocido, no se reduce a la comprensión de las reglas formales aunque desde luego las considera. La obra de un creador de imágenes funciona como un macrotexto, un sistema que además de la forma, integra elementos socioculturales de pensamientos e ideas en los que se establecen, al mismo tiempo que las procedimientos retóricos, mecanismos y relaciones de los elementos que conforman la esfera cultural en la que se producen discursos. En este sentido la imagen como texto es una forma de comunicación polifónica que resulta irreductible solamente a elementos formales, al estilo, a la referencia geográfica del autor o de su obra y tampoco se explica solo por las reglas internas de los signos que la integran.  Por ello en la imagen está su principio, su realidad, aquella esencia compartida en un determinado tiempo y espacio y que caracteriza al objeto más allá de la idealización y la simulación que, por su multiplicidad de funciones, operaciones y relaciones le da sentido a los objetos de los que habla. A través del arte el sujeto, como lector, construye activamente la realidad, interviene sobre la obra y es afectado por ella, elaborando otras ciudades vinculadas a procesos retóricos, textuales y discursivos matizados por la esfera de significación en la que está inserto. En este texto se analiza, cada una y en su conjunto, la obra la serie “La ciudad de la imagen” del pintor Nicolás Amoroso para dar cuenta del funcionamiento y las operaciones de los recursos retóricos y estéticos en la construcción del discurso de la Ciudad.