El auge de la ilustración en el ámbito editorial ha sido tal en los últimos 30 años que obliga a replantear el papel de la imagen en relación al texto, tanto en libros como en revistas y periódicos. Tradicionalmente, en el medio editorial, la ilustración había desempeñado un rol menor con relación al texto, un rol básicamente decorativo o redundante desde el punto de vista de la información, casi prescindible en la mayoría de los medios impresos salvo contadas excepciones, sin considerar aquellos dirigidos a la primera infancia que constituye desde siempre un nicho muy particular con características propias. La ilustración, arte entonces considerado menor, resultaba en general un recurso narrativo desprovisto de interés intrínseco: en el caso de los libros infantiles, una muleta destinada a ser abandonada en cuanto el niño adquiriese el gusto por la lectura y, en el caso de medios impresos dirigidos a un público adulto, un recurso complementario más cercano al esquema explicativo que a la expresión artística. Este estado de cosas se ha modificado radicalmente en estos últimos años y la ilustración, en particular en los libros-álbum, ha contribuido a renovar el interés por el libro como objeto abriendo una gama de propuestas innovadoras en torno a la imagen, muchas de estas incluso dirigidas a un público adulto. Hoy en día, el libro tiene mucho que agradecerle a la ilustración, que ha convocado a artistas y comunicadores visuales de alto nivel en torno a proyectos editoriales provocadores, algunos de ellos verdaderos ensayos visuales. Es particularmente notable, en este contexto, el recurso de la Retórica visual en la construcción de significados y el desarrollo de lenguajes visuales que le otorgan a la ilustración varias capas de significado, en la búsqueda de imágenes que no se agoten en una primera narrativa.