Cada año se realizan en el mundo más de veinte millones de intervenciones de cirugía estética quirúrgica y no quirúrgica según The International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS), cifra que se muestra en constante crecimiento. Tal aumento (que se dio en un porcentaje del 9% en 2016 respecto a 2015) refleja el tipo de sociedad a la cual estamos sometidos, influenciada mayoritariamente por los medios de comunicación y la cultura de las celebridades y prescriptores. Un fenómeno que si bien tiene sus antecedentes en el fenómeno del Star System del Hollywood de los años 30 del siglo pasado se agudiza con la explosión de las redes sociales como medio de exhibición del yo construido para la compartición pública. De este modo el paso por un quirófano por cuestiones de imagen se convierte en un escalón más en el devenir de un ciudadano medio, banalizándose hasta el punto de convertirse en puro entretenimiento, llevado a su versión más extrema en productos televisivos rentables y de gran éxito mundial, como Bridalplasty (EEUU, 2010),  Botched (EEUU, 2014), Let me in (Corea, 2011) o Quiero un cambio (Chile, 2011) entre otros. El arte también se hace eco del filón de la cirugía en términos estéticos en forma de acción performativa (siendo claro ejemplo de ello la artista fancesa Orlan, con el llamado Carnal Art), bajo un discurso que defiende su práctica como manifestación artística o en otros casos como herramienta de crítica y reflexión social. Tal contexto es el que pretende abordar esta propuesta, que hace una revisión de la cirugía como espectáculo en la cultura de consumo en la que vivimos inmersos; una cultura que insta a los cuerpos, tal y como apuntaba Sibilia (1999), a hacerse periódicos upgrades, como si de un dispositivo o una aplicación más se tratasen.