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En la actualidad, en las grandes ciudades latinoamericanas como Bogotá experimentamos una especie de mutación del graffiti al sticker o cómo también es llamado por sus realizadores, la “calca”. Adhesivos que encontramos en múltiples lugares del espacio público: semáforos, postes, señales de tránsito, paredes, cajas de teléfonos, entre otros, se convierten ya no en el lienzo cómo sucedía con el graffiti, sino en la galería en la que pueden exponer uno o varios artistas a la vez. Nuevas formas de producción material dan la posibilidad a un sinnúmero de diseñadores e ilustradores de exhibir su trabajo de una forma rápida, económica y, en muchos casos obteniendo un lucro, pues a raíz de esta proliferación de stickers se han generado espacios de venta e intercambio de los mismos, ferias convocadas a través de redes sociales en diferentes lugares de la ciudad, muestras organizadas por universidades y otras instituciones y  que aglomeran a artistas del sticker, coleccionistas, académicos y un público de curiosos. Existen dos factores determinantes para esta nueva tendencia: primero, que el graffiti ha sido por lo general mal visto por la vieja tradición según la cual la ‘muralla es el papel del canalla’, razón por la cual, y cómo es el caso de Bogotá, la realización de graffitis en lugares no autorizados por las autoridades y propietarios legales conlleva una sanción no sólo económica. Segundo, que, dada la tendencia hacia la producción digital, para los ilustradores es más conveniente realizar este tipo de piezas que se pueden producir en impresión digital o serigrafía y que pueden ser adheridas a los espacios anteriormente mencionados con facilidad.