En el marco de una sociedad excelsamente visual, el 15M habría articulado su protesta a través de una imagen empoderada, de una autonomía operativa, desvelando su imagen como objeto de conocimiento, haciendo evidente la construcción todas de las imágenes. Esta imagen producía significado, desvelaba prácticas y propósitos, formas y procesos de mediación, modos de subjetivación individual y colectiva. La imagen del 15M se situaba en su discurso, comprometida con su entorno, mediando en su construcción simbólica, a través de prácticas de reapropiación y resignificación insertas en una retórica de protesta. Esta retórica se nutría de un amplio catálogo de signos insertos en un discurso concreto, el de la indignación. Eslóganes y comunicados, movimientos colectivos e individuales, actos performativos o gestos, se relacionaban con el contexto de la protesta. Este contexto reorganizaba toda realidad visible, construyendo una visión del movimiento, imponiendo un imaginario común, un universo simbólico como conjunto de representaciones compartidos en comunidad. De esta suerte, el 15M conformaba toda una semiótica de protesta, en cuanto reinventaba y redefinía el aparato semántico de la protesta, en una tentativa de revolver la lógica representativa del control. Como contraoperador semiótico, la crítica al modelo de representación y significación capitalista tenía lugar desde imágenes propias, mediante estrategias de contravisualidad afanadas en dar luz a aquellos espacios en penumbra. Se articulaba una nueva experiencia visual confrontada al mandato de lo visible, desde los márgenes del sistema, dando luz a aquello que no se permitía ver. Una semiótica propia que traspasaba cualquier circunscripción del aparato del poder.