Con creaciones como Proteus, del compositor zaragozano Jesús Torres, asistimos a una simbiosis entre la palabra poética -la obra se articula en torno al poema de Juan Eduardo Cirlot Visio smaragdina-, la performance y la música desde su prescindencia de aquellas características o cualidades adheridas a su componente meramente rítmico. Cuanto queda ante nosotros es un pretendido despojamiento de veladuras -desde esta posición nos encontramos próximos a aquel desprendimiento de pliegues expuesto por Boulez en su homenaje a Mallarmé- en el que la música no es aún música, la poesía no es aún palabra inteligible -la presente obra de Cirlot, aclaramos, pertenece a su serie de trabajos permutativos, carentes de articulación lógica- e incluso la leve dramatización se vincula, ante todo, con un movimiento anímico. Y sin embargo, tal y como ocurre con la visio smaragdina -proceso, de acuerdo con Corbin, alusivo a “la transmutación de lo sensible por la transmutación de los sentidos en ‘sentidos de lo suprasensible’” (2000, 95), el máximo grado de desprendimiento coincide o al menos posibilita una máxima capacidad contemplativa. En este cruce sinestésico, música, palabra y dramatización se alzan desde su ser elemental para mostrarnos su más alto grado cualitativo con base a una escala cromática. Aquello que se expone ante nosotros, en fin, y en consonancia con el título de la obra, es el componente metamórfico en sí -de naturaleza ascensional-, una luz verde esmeralda vinculada en el poeta con la experiencia teofánica.