En el mundo globalizado la movilidad humana se ha incrementado exponencialmente. Arjún Apadurai señala que esta movilidad (forzada o no) junto con la vertiginosa evolución de la tecnología ha modificado la configuración de las identidades culturales y, por tanto, de las bases de la convivencia humana. La dinámica migratoria desafía a los sistemas educativos en Centroamérica, sobre todo, en términos culturales. Nuestros sistemas educativos, configurados en el siglo XIX, no han logrado preparar a las nuevas generaciones para la “convivencia cultural” en los nuevos escenarios.Ya en 1996, el Movimiento Zapatista para la Liberación Nacional manifestó esta necesidad cuando señaló: “El mundo que queremos es un mundo donde quepan muchos mundos” (Cuarta Declaración de la Selva Lacandona). En el mismo año, el informe DeLors de la UNESCO señaló que uno de los cuatro pilares de la educación era “aprender a convivir”. Estos documentos marcan un derrotero para los procesos educativos del siglo XXI: pasar de una concepción de ciudadanía nacional -concebida en el siglo XIX- a la concepción de una ciudadanía planetaria. Construir esta nueva ciudadanía -con la conciencia de los deberes y derechos que implica- requiere no solo creatividad pedagógica sino un profundo sentido social. Desde el campo de los Estudios Culturales esta ponencia propone una herramienta pedagógica para preparar a las nuevas generaciones para la convivencia intercultural. Desde una experiencia desarrollada con jóvenes universitarios en El Salvador, reflexiona sobre la identidad narrativa como medio para proveer a las nuevas generaciones de “raíces móviles” que les permitan moverse manteniendo la certeza de la pertenencia a una comunidad cultural pero, al mismo tiempo, a abrirse a la riqueza intercultural que propicia los nuevos escenarios de convivencia humana.