Hace tiempo que se viene hablando de los artefactos TIC como herramientas para facilitar la comunicación entre profesores y alumnos. Pero quizás ha sido en este último año, posiblemente impulsado por el confinamiento de marzo a junio de 2020, cuando estos recursos digitales han tomado un protagonismo más allá de la transmisión de conocimientos. Se han convertido en aliados de la innovación y la creatividad de los profesores, que, motivados por mantener la atención de sus “espectadores”, han inventado e improvisado estrategias casi impensables. Y de esa situación límite, en la que hemos tenido, como docentes, que reinventarnos y aprender nuevos formatos, hemos sacado también algunos beneficios tecnológicos, arrancando una maquinaria que parecía que se resistía a ponerse en marcha. Y de este modo, profesores y alumnos, tratamos de buscar nuevos recursos y formas de comunicación, activando el pensamiento crítico, enfrentándonos a nuevos retos, nuevas aplicaciones y nuevas formas de contar lo que sabemos, los docentes, y lo que aprenden, los alumnos. Los artefactos digitales podemos utilizarlos para explicar un nuevo tema, poner ejemplos, facilitar y detallar contenidos complejos o incluso como herramientas de entretenimiento que favorecen en aprendizaje de una forma más lúdica. Pero también podemos pedir a los alumnos que sean ellos los que construyan esos artefactos, como proceso o diario de trabajo, producto final de un proyecto o evidencia formal de aprendizaje. Lo interesante además es que no son solo contenedores de datos reproducidos por los estudiantes, sino que son aprendizaje en sí mismos, pues el propio proceso de creación implica investigación, toma de decisiones, autogestión, responsabilidad, creatividad y, por supuesto, madurez y autonomía. Gracias a ellos los alumnos están más motivados, aprenden creando, trabajando así a los procesos cognitivos de orden superior, instaurando aprendizaje significativo y favoreciendo la conexión entre las diferentes competencias básicas.