El pensamiento social cristiano ha estudiado desde épocas muy tempranas el tema de la migración. Además del ius migrandi abogado por la Escuela de Salamanca en el siglo XVI, como un derecho de las personas al desarrollo en un territorio del que ningún ser ni poder humanos poseen la propiedad privativa (Francisco de Vitoria), la visión que se desprende de esta reflexión actualmente, sin dejar de reconocer con realismo los riesgos que puede contraer, no es sino una visión positiva del fenómeno migratorio. En el CDSI se afirma que "la inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el desarrollo". ¿Pero el factor económico basta para restringir la migración y combatirla? ¿Es aceptable una ética del cuidado (la Fürsorge de cuño heideggeriano) desde ideas cristianas? Bajo el imperativo del deber de proteger a los inocentes, el pensamiento social cristiano insta a las instituciones en el deber de "vigilar cuidadosamente para que no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros". Reclamando la intervención de una autoridad política transnacional, la encíclica Laudato si del papa Francisco evoluciona en esta tradición y praxis por la que "los cambios del clima originan migraciones". De esto se sigue, una ecología de la migración, como la llamo, por la que el cuidado del ecosistema estará intrínsecamente ligado al cuidado de los migrantes, regidos a su vez por los principios del bien común, destino universal de los bienes, subsidiariedad, participación, solidaridad y caridad. En la época del epistemicidio (De Sousa Santos 2017), en el que los que no tienen voz son incluso despojados de credibilidad y fiabilidad epistémicas, ha de ponerse en relieve el saber ancestral de los pueblos a los que pertenecen los migrantes que llegan a Occidente y favorecer así una revolución cognitiva en pro de esta nueva "ecología de la migración".