| Eagora

Cuenta una vieja anécdota que en los primeros esfuerzos por dotar a Internet de una arquitectura universal se instaló una computadora en Estados Unidos y otra en Europa, y ambas se conectaron a través de una inmensa red de cables transatlánticos. Para llevar a cabo la ejecución de este experimento una de las computadoras formuló la siguiente pregunta: “¿Dios existe?”, a lo que la otra respondió: “Sí, ahora”.La aparición de Internet ha estado siempre circundada de un aura mística desconcertante. Nadie sabe hacia donde se dirige. Lo cierto es que, desde sus orígenes hasta el presente, Internet ha sido sometida a una gran cantidad de transformaciones. En sus inicios apenas era útil para algunos fines militares, mientras que hoy en día ha permeado hasta el último rincón de nuestra vida cotidiana, lo que ha cambiado radicalmente la manera en la que nos relacionamos con el entorno: con la naturaleza y, lo más importante para el tema que nos ocupa, con otros seres humanos. El siglo XXI está marcado por una mutación antropológica propiciada por la metamorfosis de Internet. La propia identidad ha pasado de estar definida por el lugar de trabajo o la posición en la estructura familiar a ser una auto-proyección virtual.Todo lo que se ha mencionado en este breve resumen: desde la contextualización de las plataformas digitales que utilizamos a diario (una app para pedir comida rápida, un Uber para desplazarse o Twitter para expresar una opinión) hasta cómo estas mutaciones han transformado la condición misma de lo humano (la identidad o el comportamiento); serán materia de esta exposición en relación con una incógnita fundamental: ¿cuál será el papel de las nuevas tecnologías en la era de la COVID-19?