“Lo clásico no es antiguo”, afirma José Ortega y Gassset. El concepto de clásico es, en efecto, para el filósofo madrileño, opuesto a la posibilidad de lo antiguo y lo moderno, es superior a estos términos, remoto de ellos. Clásico es lo perenne, lo vivaz, lo siempre eficiente y actual. Ahora bien, lo clásico es también pasado, pero un pasado que no ha terminado, que no acaba nunca de pasar y que atraviesa el presente; lo clásico “avanza silbando por el futuro y va a clavarse en lo remoto e indiscernible, sobre el corazón del hombre postrero e ideal” (I, 467).Pero lo que hace al clásico actual, marea viva, no es su perfección, no es lo ejemplar ni lo definitivo, ni depende de nuestra benevolencia para atenderlos, ni de nuestra caritativa admiración, es, precisamente “su actitud para combatir con nosotros” lo que torna al clásico vital, vigente y todavía apto para repensar sus repercusiones en nuestros días. Los clásicos son clásicos porque los problemas que plantean todavía no han sido resueltos y, entonces, aniquilados. La pregunta que nos planteamos aquí en torno al clásico se centra en el arte, donde encontramos una situación semejante, ya que para Ortega “la eternidad del arte no es una sentencia firme a que quepa acogerse; es, sencillamente, un sutilísimo problema” (III, 915).Ese sutilísimo problema lo suscita hoy la relación efectiva del arte actual con el pasado y, más concretamente, su ruptura radical con él. Ortega nos guía en la reflexión haciéndonos notar que, “se ha hecho problemática nuestra relación estética con el pasado”, lo que torna a su vez problemático el presente y convierte un absoluto problema el porvenir.  Separar el pasado del presente es así considerado en Ortega como una oportunidad y un estímulo que ver con optimismo.