Frente al concepto predominante de filosofía como un conjunto de tesis o conclusiones, la figura de Sócrates resplandece en el pensamiento occidental como la del buscador incansable de la verdad que no entiende la filosofía como una disciplina teórica, sino como un método y, eminentemente, como un modo de vivir. El filosofar socrático es un modelo del que aún podemos aprender, ya que supone una llamada de atención contra la precipitación del que cree estar en posesión de la verdad, contra el orgullo que nos impide pensar rectamente, contra la soberbia que nos hace defender nuestras ideas a toda costa, contra el dogmatismo que constituye la antítesis de la propia filosofía. Frente a ello, todavía se puede retornar a Sócrates en busca de consejo para orientar la búsqueda de lo que tanto anhelan y necesitan nuestras sociedades democráticas: la exaltación de la autonomía del individuo, el despertar de la capacidad crítica del sujeto y el obrar basado en una reflexión minuciosa.