La filosofía prescinde de sabiduría. Grecia, nostálgica de los sabios de la antigüedad que tuvieron su último eco en los presocráticos, principalmente en Pitágoras, engendró mediante la actividad del infinito a los filósofos –enviados para decirlo derridianamente-. Ellos, incapaces de trascendencia, barruntaron en la Belleza y en el Bien lo divino, patrimonio de los sabios que practicaron la sabiduría y no de los amigos que piensan la filosofía. El proteismo de los significados alteró la etimología del concepto de filosofía a través del hito de la concepción extramoral del mundo. La noción de paralaje de Zizek permite entender el fin de la metafísica como una condena a la esquizofrenia, ya que la multiplicidad de apariencias en suma percibidas por cada subjetividad bajo el nihilismo de la lógica, normaliza la crueldad/demencia en la comunidad. Wittgenstein buscando superar el lenguaje no vio como Deleuze, que es precisamente cuando la lógica se detiene cuando se torna interesante. Los éxtasis que vive el asceta/sabio/hombre de conocimiento en su aventura al infinito, revelan que únicamente en el estado de silencio de la no-mente el lenguaje pierde prelación. Así que entonces, el amor de la filosofía por la sabiduría no es más que un amor platónico.